jueves

seudónimo.

Condenada a aquella cárcel de labios sin abrir, sellados por las mismas razones que me hacen gritar. Nacimos para este baile absurdo, gente girando y saltando, vértigo, moviéndose, intentando alejarse del suelo. Nos da asco el suelo, nos enferma el suelo. Lloramos sobre el suelo, cuando nos damos cuenta de que no podemos prescindir de él.
No más coros angelicales.
Aislamiento necesario de lo sucio.
Ganas de lanzarse a la suciedad de una vez por todas. Antes que olvide las palabras. Que el vicio de su sentido se haga cargo de las sílabas.
Tenía el camino abierto frente a mis pies descalzos. No había elección, y a pesar de aquello termino en el principio. Nada me ata a los árboles del sendero, nada más que palabras sutiles y absurdas. Dirán que es extremo, pero escupo sobre sus palabras.
Besaremos las pulgas y las moscas. El jardín que resgardaba nuestra casa ahora es solo un pantano descuidado. Las flores se fueron con otros, se fueron sobre el lomo de un caballo.
Y aunque corriese hasta el final del hilo que sostiene un volantín, lo cortaría con los dientes. Y lloraría al ver como puede volar y yo aún no aprendo.
El amor sin las palabras dulces. Violento, sangrante. Se desliza irónicamente delicado por la superficie. Aterriza y muere.
Este es la única razón, siempre fue la única razón. Ahora ver su rostro, la última escena de esta burlesca obra. El final horrible más dulce.
La dulzura convertida en pan. El pan sobre nuestra mesa.

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