sábado

Besándome con mi condena y comiéndome la uñas.

Se me está haciendo imposible lograr que ambos tengan coordinación. Me refiero al mundo de las lluvias y el de los diluvios. ¿En qué momento dejaron de hablarse entre si? Es como si tuviese un cuchillo en el cuello, estirada en la camilla blanca de un hospital. Se revuelve como solías revolver el azúcar en tus tazas de té, pero en aquellas las nubes no eran invitadas inherentes. Se mueve, como siempre lo ha hecho, usa sus siempre fallida tácticas. Pero ya no parecen tener demasiado sentido, las búsqueda no llena los espacios vacíos que deja encontrar. Encontrarte con un fantasma que desaparece. Encontrarte con una roca sin dueño. Encontrarte contigo misma, mirándote, acusándote desde el espejo. Mi nombre ya no suena como solía, el tuyo siempre cambia dependiendo de como esté el clima. Pero me asusta, lo siento en la espalda. El  miedo me toma por las manos, me toma el abdomen y el pecho, suave, casi ni se siente. ¿Es producto de la calma prolongada de la marea? El camino no está iluminado, y veo como lejos, avanza en sentido contrario, el arma que dará le dará fin.

Me es aún más imposible disfrutar de esas sonrisas calculadas hasta en sus segundos, de la diversión estudiada, la que yo misma he creado para hacerme invencible. Mis maneras se están golpeando entre ellas, pidiéndome explicaciones. Las reacciones, en cambio, se abrazan y confabulan una destrucción, la desintegración de las escaleras que me encierran. Dispararán, mirándome a los ojos, sus balas de metal, las cuales bailarán por el aire, quitándome el peso de todo esto que se encuentra incompleto. Mis pies, no soportan los sonidos festivos, sus colores inmundos, esos sucedáneos de experiencias de verdad. Como la vuelta a casa de los ojos cansadas, frente al espectáculo del hombre intentando esconder el cielo. Como un muerto en la esquina de la casa, o como las nubes formando un espiral sobre tu cabeza. (Nunca recuerdo, en cambio, las noches oscuras.) La respiración toma vida propia, gritando con silbidos que nada ya descansa. Que golpean en el suelo a los dulces. (Golpear hasta que mueran, que no sientan las piedras.)

Me pido que olvide esto, que es mejor así. Ni yo logro hacerme caso esta vez. ¿No ven que me he dividido en dos? Corro, vomito, escapo. Más que nada, escapo. Intento liberarme de las cadenas de los mensajes encerrados, liberarme de tomar en mi manos una venganza recién nacida. A pesar de todo, busco aún entre los paraguas la complicidad de su mirada imaginaria, el rostro que me recuerde los sueños en blanco y negro que solía tener. Me parece increíble como el tiempo juega con los hilos atados a mis extremidades, me hace girar sin compasión, en este círculo borracho de máscara hipócritas. Que el mundo se destruya sólo para mi, para abrigarme con sus escombros. Que el cielo me aplaste para poder mirarlo a los ojos. Que el mar nos ahogue y dibujemos con nuestros últimos alientos. Te aviso de manera temprana, no puedes esconder en mis fotografías las corrientes de tus secretos.

Sin embargo, me tientan de a poco, los brillos ocultos de la madrugada. Me aburre caminar vacía, me estremece pensar en otra oportunidad para las rocas. Vuelven por la carretera, esas sensaciones esquivas y morbosas. Vuelve, lentamente, la explosión de la locura en su caja de cristal. No vienen paisajes de acuarela, viene suciedad con alas de paloma de plaza. Todo esto, de alguna manera se mueve. ¿Es esto lo que esperaba? Ahora tengo la sensación de que, a veces, es mejor la nada.

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