domingo

Se empiezan a terminar las mentiras, empiezan a crecer del suelo, los primeros brotes. Pero se han equivocado de estación, aún no es primavera: es imposible que lo sea. Ahora, es invierno, es hora de ivernar en las cuevas, con la nieve lejos de nuestra piel, esperando el deshielo. Pero no lo esperemos: ¿podríamos intentar disfrutar del invierno? Sus figuras son morbosas, sucias. La niebla no nos dejará ver. Pero bebamos de su boca los deseos de un mañana. Las pequeñas migajas de esperanza, que resbalan entre nuestras manos. Vamos ciegos en una pieza oscura, caminamos en círculos, y la luz fue prendida cuando ya estábamos completamente cubiertos de moretones y cortes. Y sangramos, como todos. Es hora de que la luz de apague de nuevo, difícil tarea olvidar las figuras que dibujan sus rayos luego de haberlos visto. Una perfección tan amarga, un trago con sabor a mañana y a derrota. Pero no seré cobarde, puedes apostar. No esperaré, pero llegarán las señales de los pájaros, de entre las ramas secas y húmedas. Llegarán señales que nos recuerden que no somos más que unos árboles tontos, en medio del invierno, sin sus hojas. Nos prometemos cosas tan difíciles, somos el viento que no quiere escapar de un frasco. Estamos muertos de miedo, ahogados en nervios y humo, asqueados por la posición que hemos tomado en este enorme tablero de ajedrez. Y nos vamos moviendo por lo cuadros negros y blancos, avanzando despacio, esperando no caer, no ser comidos. Pero no existe el juego perfecto: hay piezas que necesitan caer. Así es un poco todo esto: abrí todas las puertas y todas las ventanas, dejé que el frío me violara y que mis manos tomaran de mi propio pecho las puntas de las flechas que me habían dado hace un tiempo. Las saqué y te las mostré, bajo tus ojos, dices, que eran sinceras y preciosas. Creerte, sería masoquista, odiarte, tarea demasiado difícil para un pájaro nervioso que sólo quiere sacarse las cadenas que lo atan al suelo de encima. No hay más invitaciones que los sueños de medianoche, cuando estábamos, o no, al mismo tiempo inventando paisajes que luego pintaríamos, para darnos cuenta que se alejaban demasiado de esta realidad. Vivir en insomnio. Una realidad en la que soy la manzana, una tentación pecaminosa y sucia, en que todas las palabras renuncian. En que tú intentando ser un Mesías, cargas con la cruz pesada que te ha impuesto el viento, su brisa pasajera, más tierna que la muerte y el nacimiento. Y justo cuando el camino se separa en dos, me regalas joyas tan preciadas pero que pesan kilogramos en una mochila cualquiera, las llevo orgullosa aunque duelan, porque presiento que en algún momento servirán. Y brillarán bajo el sol de una puta primavera, tan esperada. Y si corres en mi dirección, aún quedan ventana abiertas. Si intentas escapar, no le echaré la culpa a los cielos. Si el silencio absorbe nuestros vientres, cargo con la palabra de un día nublado. Que son suficientes para alimentar al hambriento ermitaño en su escondite, las hormigas bajo las roca, el monstruo escondiendo sus ojeras. Nuestras rodillas raquíticas ahora van a correr, en direcciones caóticas y enredadas, pero todos los nudos terminan por descansar en sus tumbas. Cuando encuentres por estas lineas copias exactas del sentido que buscabas, lo siento. La sinceridad ha roto todas las cadenas y ahora no tiene nada más que decir. Que el mundo se caiga, que se quemen las ciudades. Que el mundo no nos importe, somos tan cobardes. Cobardes porque el mundo nos ha opacado y buscamos un deber que no nos es nuestro. Pero siempre caigo, y estoy condenada a caer con la misma piedra una y otra vez. No hay manera ya de escapar de este camino. El camino de los pobres ilusos, tontos de corazón cansado: encontrando, siempre encontrando, hasta que escapan por las rendijas de las puertas. Prometo que seré la misma imbécil, la que no busca nada entre un mundo de regalos que no le interesan. Caprichosa sucia y con miedo, con tanto miedo que buscará entre los basureros, papeles con nombres anónimos. Una pistola, un cuchillo, un arsenal de palabras escupidas, bailarán en tu techo cuando vayas a dormir, ¿o acaso me equivoco? Bailarán en el mio también, pasarán las horas, los deseos, hasta que quizás, se reduzcan a cenizas. Cenizas que se levantarán del suelo y te besarán intentando no despertarte. Algún día habrá primavera. Y sólo que queda caminar con los restos que recogí del suelo, hasta que aparezcan las flores de nuevo.

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