Marías desnudas

“¿Sería posible arreglar lo que ha sido destruido?

Si existirera tal posibilidad, en el mejor de los casos, sería algo así.”

Sedmikrásky, Vera Chytilov.

Las niñas en vez de esconderse debajo de la mesa,
se dedican a bailar sobre de ella.
Ladronas de monedas de caridad,
porque es mejor decidir ser el reflejo y esconderlo
bajo la piel.
Inyectadas de la risa idiota e infantil
de la burla que llevan en el agua
de la cual están compuestos sus cuerpos.

Y como son tan dulces, se les hinchan los ojos,
lloran de risa. Marías,
borrachas y ladronas, bailando sobre
las mesas de restaurantes vacíos. Comida
derramándose por las vías de tren que
las componen.

Marías compuestas de hielo, semen
y naïvité. Con los nombres de
trescientos sesenta y cinco viejos tristes tatuados
bajo la falda.

“Soy una virgen” La muñeca tiene las articulaciones
atrofiadas y suenan como el viaje hasta
el infierno de Europa. O así sonarían si Europa
existiese.

Ilegales, piratas, parásitos sin zapatos
borrachas y ladronas, rompiéndolo todo en mesas
de banquetes sin invitados.
Nadie las mira en el camino.
No importa, las niñas
abandonan las muñecas para saltar al río.
Ahogarse, principalmente, porque quieren.
Porque aquella es la manera de parir muertos.

Avanza la marcha, mientras
la existencia se revela como la basura que queda
detrás de los pasos de rodillas levantadas.
Las mariposas que se posaban en los sexos
empiezan la misa, Julie. Rezan al incendio en sus
departamentos y a los abdómenes.

“¡Estamos corrompidas!” La idea era ser
la hermosa y constante interrumpción en aquel
baile de salón. La sonrisa nerviosa, el suicido
fallido, las tijeras, las tijeras,
las tijeras.
Visto desde el futuro, el constante
fracaso de las tijeras, es la conjugación
del verbo arder.