miércoles

El fracaso es siempre
dulce, me dijo alguien
en algún momento que
hoy no puedo recordar.

Era cuando nos movíamos
paralelos al suelo
entre el aburrimiento
y la criminalidad.
Habían jardines.

Hoy usamos palabras para
colgarnos.
Pero nuestra inocencia será demostrada
cuando seamos nosotros los jueces.

El color que percibamos con la adaptación
del ojo
será nuestra ruina.
Nos pondrá electricidad en los oídos
y el paisaje tomará forma de desierto
cuando asaltemos el Edén
por la espalda.

No hay sonido si nadie lee.
No hay letras si nadie lee.
El universo se cansará
algún día y la adaptación del ojo
reflejará suficiente silencio.

Finalmente, en coma profundo:
los bordes.
Extremo uno, extremo dos
el medio, (pro)medio
entre la tele prendida para
escuchar voces
(a quién sea,
da lo mismo)
y el crucifijo saltando
una y otra vez
sobre un espacio vacío.

El fracaso siempre es
dulce en vasos de plumavit
y la tele siempre está
prendida.

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