lunes

lagartija.

Llené mi maleta con cosas que sabía inecesarias. Caminé por un desierto que besaba mis pies , rompiendo las pequeñas capas de tela que me protegían del suelo ardiente. El hogar desconocido aparecía con sus persianas cerradas y se pesada existencia. Palabras vacías, silencios llenos, hasta que la noche nos abrazó contra su agitado pecho: con nuestras manos armamos el artefacto maldito y encendimos el aceite escondido. Tiritaba de frío, de hambre, de desesperados nervios. Y desaparecen mientras baja por mi pecho. Te ríes porque no te dejan hacerlo, tus manos ya no se sienten tan atadas. Algo se mueve dentro, un alguien baila en tu cerebro. El ritmo grita. En un momento se transforman los rostros, ¿una broma de tus llaves escondidas? Luego el humo se convierte en persona, lo sientes bien: te enredas contigo, subes hasta lo alto, tus brazos se agitan, y sigues subiendo hasta la estrella donde te escondes, te retuerces y el alma se te fue por la boca. Más rostros escondidos: estos yacen en las luces de la calle y se ponen de acuerdo para bailar con los árboles. Y la melodía se refleja en aquella danza, lo más pequeño vibra con lo enorme, con todo. Transpiran existencia, siento mi mano contra mi pierna y pesa mil kilogramos, vibra con todo. El baile sigue, desespera. Existe, lo siento tan enganchado a mis entranas. El olor a madrugada no elimina el olor a pensamientos, de ilegalidad artificial, de compases mientras los árboles que esconden almas se refugian bajo el mismo cielo que mi techo oculta. Las rueda gira mientras yo me mantengo en mi lugar: siento el suelo moverse y destruirse para volver a ser. Sentí la fantasía de la niña abandonada, vi el columpio moverse gracias a mis manos, se evaporaba mientras volaba por los aires, se dispersaba. Vi a alguien detrás de un vidrio mojado, debe ser por esos relatos que leí antes de saber deletrear. Se va a poco, la carga se vuelve más ligera. El ascensor llega a la cima del edificio más alto, el sol se volvió en un recuerdo vago, las luces, el ahora. El tiempo se detuvo para decirnos que era ahora y no había ayer. Que camino en esa seguidilla de ahora que no quiere terminar. Las luces se encienden detrás de aquellos párpados ajenos, por que todo se vuelve ajeno. El patio del vecino se vuelve el Jardín del Eden, que se vuelve infierno descarado. Yo desaparezco, me vuelvo balcón. En los sueños enfermas, mueres lentamente mientras se roban algunos recuerdos. Derramas aquellos deseos y yo deseo volverme agua. No lo diré con las palabras que quieres escuchar aun, porque queda tiempo, mucho tiempo, muchos ahoras por patear en el suelo. Azules eran las fogatas entre las plantas mojadas. Azules eran las luces que manchaban tu cara de desprecio. Azules se volvieron mis pies cuando miré por última vez bajo alguno de esos efectos. Cinco horas no son suficientes para volver a nacer.

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