atmósfera.

Me muerdo la lengua a propósito para evitar y olvidar las ganas que me da el mar y su movimiento de lanzarme a él sin pensarlo. Se nubla el duelo de nuestros pasos y arriba el cielo nos acurruca, nada se mueve más que el viento bajo nuestros chalecos. Imagino que tú tampoco te mueves lejos, o bastante cerca, y disfrutas esos primeros días de otoño. Admito que te odio porque me recuerdas antiguas canciones, otoño, pero sucumbo antes los encantos de la muerte de los árboles con los que hago las paces.
No creo que sea un problema, en ello encuentro la solución.
Siento que soy la única persona viva por un momento.
A pedazos, de pedazos, de viajes, de lápices, con lápices, con versos sueltos en una servilleta.
Cosas que matan, cosas que asesinan. ¡Vivan las cosas que matan! Porque muerte, no te temo ahora, aunque quizás lo haga mañana.
Dentro de ti vive una fiesta que no se apaga. Ni la policía puede callarla, ni la política de moda. No la apaga la falta de vida ni la falta de muerte. Y aunque lo intentaras un millón de veces, tampoco podrías apagarla. Porque tal como alguien corta el cordón umbilical, ya no depende de ti. Hace demasiado tiempo que dejó de depender de ti ( nunca te diste cuenta de lo que sucedía, hasta hoy. )
No me gusta la verdad con todas esas palabras simples porque odio admitir que me hacen llover. Les contesto a cada una de esas perguntas sin signo de interrogación: si, tengo miedo. Si, pierdo la oportunidad. Si, me arrepentira. Si, no me debería arrepentir. Pero que pasa si te abren la jaula y el mundo que te rodea te mata de susto? Mi jaula, al menos, la he decorado como me gusta.
Popularidad de vereda, que me hables sin hablar. Sin que lo pida, sin que lo espere.
Así deberían ser todas las películas del mundo.
Pero no lo son porque no todos tienen ese poder.
( Quiero que llueva, quiero que llueva, que el agua limpie mis pies con barro, el desastre de mi habitación y estos cabellos. )
Que entiendas, lo haces.
Escucha. Respira.
Cambio y fuera.