miércoles

pseudo-epílogo.


Los violines rotos. Su nombre tenía una curiosa pronunciación. Sonaba a eso: violines rotos que escaban de su garganta. A pianos desafinados sonaba el mio.
Llevaba un sombrero sucio y desteñido. El patio parecía un cementerio de flores olvidadas, oxidadas por lo mismo que hace que nuestras articulaciones se quiebren. Abriremos el paraguas y nos esconderemos debajo. Esperando que llueva por siempre, dentro de aquel vaso anónimo.
Intentar toser hasta sacar de aquí el último pedazo de humanidad. Dejar de ser. Empezar a ser alguien más.
Que me veas más allá de este largo túnel.
La luz de la pieza parecía no venir de ninguna parte. Era como si las paredes resplandescieran suavemente. Su cuerpo tirado aleatoriamente en el suelo. Cabello rodeaba aquella forma detenida en el tiempo. Suelo, sucio, bailando cerca de su cráneo. Y en la ventana el cuervo de siempre, con su eterna ala rota que nunca pudo sanar.
Las palabras se repiten.
Es una sorpresa amarga de sabor, los ojos ciegos. Amarro la venda detrás de la cabeza, te digo que corras. Si caes al abismo en mi culpa. Siempre es mi culpa.
Pintar en gris la espalda de madera. La marioneta se prepara escondida en su hogar. Cruzando el infinito puente, los hilos moviendose en la nada, avanzando como imagen surreal. Cuando llega nunca sabe que hacer.
Hacia el sur van lo pasos, para esconderse detrás de un cerro. Para comerse una infinita escalera. Para escribir en las paredes estas palabras. Esperando a que alguien les sirva, ya que a mi ya no me causan gran efecto.
Música de supermercado o de ascensor, las miniaturas caminando en círculos, el fuego quemando las pestañas, iluminando rostros blancos de tiza, tirados al rededor de aquella hoguera, esperando por sus ojos. Ritual.
El espejo nos espera del otro lado. El lado en el que las palabras vuelan y se ven elevar.
El pasadizo detrás de la esquina creía que me llevaría a donde se esconde. Pero era el efecto corriendo por las venas. Haciendo llover mi cerebro, haciendo cantar mis oídos.
Quiero vivir aquello. Para tener mejores motivos.
Nace en la tierra, sube hasta el cielo y muere allás arriba. Esperando siempre caer. Y el tiempo se siente infinito.
Por siempre. Al menos hasta el último día.

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