lunes

Cuando encontré la ciudad de Tar, no quedaban más que unas tristes ruinas.


¿Escuchas todo ese alboroto? Son los huracanes que te regalé, ¿recuerdas?
Estaban en una caja de color gris y mi voz sonaba venir del polvo.
Venían con pocos remolinos, algunas plumas de pájaros de colores oscuros
y un café sin azúcar. Recuérdalo. Perdóname por olvidar entregarte la llave.
Ahora bailas sin escuchar la música, drogado con la mugre que acumulabas.
Creía que era demasiado dulce, y terminé por escupirte en el rostro.
Ahora espero a que los pasos se den lentos, como el canto que siento lejano
Más directo no puedo nombrarlo: el sucedáneo de la caida de un hueso en el cuello
Que alcanzo a ver entre las sábanas, entre los vestidos.
Mis huracanes riegan tus rosas, sus espinas enterradas en mi cuello
y el sonido tembloroso de las notas recorre el aire que nos separa
intentando llegar al bosque donde todos esos pedazos se esconden.
Ahora, busco una respuesta dolorosa, un suspiro que no calme nada
como alguno de esos barcos que brillan en la noche, cerca de estrellas muertas
cayendo hasta incendiar suavemente mi casa. Sus llamas me besaban
siempre antes de dormir. Quiero que el sonido se mueva, artificial, hasta
llegar a mi lecho oscuro, hasta que el sueño me lleve a las habitaciones cerradas.
Los personajes en su venganza, intentado quebrarme, con sus palabras obvias volando
hasta sentir que el movimiento no sucede, hasta que los ruidos sobren.
Quiero que recuerdes mis huracanes, porque ya no son tuyos, ni de nadie.

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