domingo

La folie nous manque toujours, elle nous embrasse, invisible, avant de dormir.

Comienza así, como todas las historias que les he contado, de manera sutil y casi inexistente, dulce, ligera, como un olor desplazándose invisible en el aire que, también, nos sofoca.
La voz gritando de otro espacio, haciéndome correr, pensando que hoy todo el mundo graba en sus abdómenes los momentos inefables de esta figura de bordes redondos. ¡Correr! Escapar de palabras que sobran por tantos lugares que se esfuerzan en escapar de esta imaginación. Pero eso podría ser excusa de otro lamento alargado, retomo el hilo que describen mis movimientos. Hablando de sonrojos, de tabúes tan dulces de pronunciar, pasa el tiempo llamando al encuentro de los desencajados. Es verdad, nuestro objetivo es el escándalo ensuciado por la paranoia, haciendo gritar el absurdo de sus gargantas tan solemnes. Se convertirán, como en algún momento fueron, música para mis oídos. Pero el tiempo pasaba igual, los espíritus se desplazaban sin evitar un choque violento y potencialmente doloroso. Corriendo al centro del mundo, intentando mirar en rostros grises un atisbo de calor, me encuentro nuevamente con una máscara inexpresiva. Me encanta, me hace temblar, sudar frío. Su rostro petrificado me llama a volver en el tiempo. Los detalles tiernos de los bordes de su ropa, bailando y tomándose el cielo. Podrían nublar el sol más enorme, con su brillo dorado, sustituto de lo que ya no queda y que probablemente, a futuro no existirá. Desaparecerán.
El agua aún queda en las calles, la lluvia, aunque ya no cae, nos mira muerta desde el suelo. En ella, se proyectan el cielo, invitándonos a ahogarnos en las profundidades de sus secretos, como los míos y los tuyos. (Tantos son los tuyos, me asustan y no me dejan dormir: la pared siempre vuelve, la maldita pared que me vuelve tan adicta. No es la primera vez.) Pero el momento debía llegar y chocar, la incomodidad de los pies sin tocar el suelo, nos hace deslizarnos de manera tan lenta, que cualquiera diría que estamos estancados. Pero los centímetros se encaraman en nuestras ramas secas, traviesas, desnudan estas rostros deformados. Por el tiempo. Por el viento y las ganas de llegar a nunca. Cuando las flores son decapitadas entre los dedos, la sangre que las recorre son señal suficiente de que el sentido vuelve. Lento, escondiéndose en el camino, pero regresa a su hogar, con la cola entre las piernas. Es simple, tan simple, que siento que puede llegar a asesinarme por la noche, mientras no soy consciente de los respiros que empañan los vidrios. La muerte nos mira desde arriba, sonríe cuando nos burlamos de ella, mientras silbamos. Nos movemos, el rumbo siempre es desconocido en estos casos, y flotan entre los espacios vacíos nombre ilustres y ideas retorcidas. La ciudad se burla, todos los días, de los que no les asusta bailar en el piso. Y nosotros, todos los días, nos burlamos de su asquerosa ciudad, limpia y nauseabunda. ¿Quieres esconder en el collar que llevo puesto, sonidos para soñarlos de noches, acaso? ¿Por qué no me gritas en las orejas, los secretos que escondes? Sé lo estúpida que es esta pregunta, siempre es mejor guardar secretos, incómodos. Sentados en medio del último rincón del mundo, esperando a que las burlas se masifiquen y que nos golpeen contra el suelo. Lo único que nos quedaba era siempre el momento, porque mañana el pan escapará de nuestras bocas, con una sonrisa en las manos. ¡El momento! Juega con nosotros como piezas de ajedrez. Los planetas, de un momento a otro, se desordenaron, se aburrieron, al igual que los árboles se aburrieron de abrir sus floren en primavera. Se le olvida como respirar cuando me duplico, cuando me desintegro y me vuelvo otro, ese que escapa, como escapo yo, ayer y hoy. No para, nada se detiene para que puedas pensar: al contrario como solía ser antes, ahora lo importante viene después de los gritos agudos en la noche. Quiero dejar que esos momentos paseen por mi casa, libres, para poder abrazarlos cuando se me presenten, siempre. La linea del hombro alargándose hasta el infinito, jugando a ser novio del horizonte, para luego dar vueltas a la luna como una golondrina cualquiera. Aún no logro entender si para todos es de la misma manera, si la proximidad de las noches ondulantes llegan a sucederse, no es casualidad. Nunca podría serlo, el tacto avanza y juega con el suelo, mientras una manada de inspiraciones nos muerden los talones. Comeremos de lo que cuelga de las estrellas, vomitaremos sus basuras simples y insípidas. Jugaremos por siempre, todavía.
Quizás las palabras no dejen ver lo que intento gritarte. Probablemente, el momento no sea hoy, ni mañana. Pasarán las horas inservibles, esperando a su momento. Espero, que en este caso sea así, ya que siempre que intento que el tiempo no aplaste lo que nos queda, fallo de manera siempre patética. Pero hoy, siendo que las cosas se empiezan a invertir de una manera interesante. En este momento, quizás la mutación que nos esperaba en el callejón, abra la puerta que lo convierta en calle. Y la calle se nos muerte infinita, tan angustiante como infinita. Pero la mirada lateral de mi cráneo quebrado, encontrará un agujero más negro, esperando a que la luz se cuele en sus momentos.

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