jueves

Desespera saber que no estás. No estás en las entrañas de un mundo a punto de quebrarse, no estás en los momentos, preludios de los gritos desgarrados. Espero mientras camino sin zapatos por la carretera, y el infinito es más tierno que cualquiera de sus deseos, el infinito y la sangre marcando el camino son los dos regalos, los dos caprichos que todavía existen. ¿Y si en el camino encuentro el cadáver de un animal atropellado? Lo abrazo, le peinaré el cabello con trenzas delgadas, le tocaré el arpa hasta que me respire, me llueva encima. Abriré con mis manos sucias los párpados para encontrar su mirada borrosa, atravesando mi cráneo, mirando las estrellas abandonadas y extintas. Soplaré en ellos para que no sufran cuando descubran que el tiempo es ahora, que todas las cintas terminan en mi cuello, que el movimiento es necesario incluso cuando muertos. Entonces, llegaré con el miedo en la boca, con las palabras grabadas en la memoria, repitiendo los versos de un poema muerto hace años. Es que este síndrome abrasivo empieza desde los pies y sube al cerebro, empieza un tango rápido y vertiginoso que terminará no antes de que nuestras cabezas golpeen el suelo. Rosas nacen de la tierra, sus espinas son extensiones de nuestra piel, el instante exacto en que deja de existir. Volverán los segundos con olor a perfume, volverás a empezar la carrera sin interés de ganar. Correremos, lo prometo, hasta que nuestras piernas pidan perdón por sus torpes tropiezos, hasta que la linea de meta se encuentre más allá de esos pájaros vagabundos. Estúpida la llegada, la espera sin lluvia, primavera de estómagos anudados, desvelando sentidos más grandes que el absurdo. El ondulante sonido de estas piernas moradas te invita a abrir las ventanas, para que entre el veneno en tu habitación, y sonriamos por al menos los días nublados. Se acerca cada vez más rápido, la prosa imbécil, la sonrisa robada, el cielo abrazando flores. Bañémonos en gasolina, bebamos golpes, riamos en el estómago de una ballena. Los monstruos bailando con nosotros, desgarrando cuellos y arterias. Que caigan por siempre plumas del cielo, para decorar nuestros ojos. Que llueva por siempre para enterrar en tu cabeza un dibujo pintando con agua limpia. Que se pierda la conexión entre el movimiento y el nervio, para que caigamos por siempre sin intenciones de volver a volar.

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