miércoles

Sincerarse con los demonios disueltos, hablar con ellos al oído y pedirles los favores eternos.
Dejar que se apoderen en un temblor tibio, la tierra hablando por ella misma.
Y el otro, esperando que el tiempo desenrede los nudos en las cabelleras
juega a hacer coincidir los momentos oscuros y blancos de nieve.
Un pasillo que permite avanzar de a dos se despliega y nos pide besar sus puertas cerradas.
En vez de eso, las golpeamos hasta que caigan y nuestras pieles se tornen moradas
y vemos como bajo nuestros pies la nada se parece al mar.
Apresúrate pero a tu ritmo, llega en algún momento, aquí dentro te están esperando.
Te están esperando en un sillón rojo, desnudas, las increíbles dulzuras sin dueño.
Sin nombre, sin pasiones y sin dueño quieren ser violadas hasta que se agoten completamente.
Grita, chilla y aúlla: deja que salgan por tu boca los nerviosos besos inacabados,
para que puedan volar por si mismos e irse tan lejos como deseen.
Entre las lineas se deslizan susurros casi inaudibles, libélulas de sentido
que desean se descubiertas y entendidas, pero no pueden hablar fuerte.
Cualquier ruido es capaz de ahuyentarlas, hacerlas escapar de nuevo.
Con cuerdas amarremos sus alas al suelo, seamos las personas más horribles al hacerlo.
¿Hay otra manera acaso de mantenerlas respirando?
Ven, búscame, encuéntrame entre estas rocas y este polvo. No esperes mucho.
No esperes demasiado poco, pero más que nada, no esperes demasiado.
El tiempo llega a aplastar con sus tacones los ojos ensangrentados:
seamos héroes del minuto, asesinos del mes. Criminales de la realidad,
ridículos intentos de humanidad sin esperanzas. Pero seamos, en algún segundo.

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