sábado

Empiezan a decaer las palabras. Ellas, bailarinas, descansan entre los árboles y la niebla que juega con ellos en los bosques. Los bosques, esperan a sus moradores con una cruz cargada de patetismo. Los moradores, empiezan a esperar las correas, las amarras y los látigos, entre el verde profundo de las hojas, hasta el gris de sus pulmones. La música es verde: eso se ve en la luz reflejada en los párpados, se ve en el aire mientras las risas sólo se mantienen burlonas. Y bailan: luego de subir a la cima de la montaña, podemos escondernos en la nieve. Las pisadas suenan a lo lejos, son nuestras sombras que entre tantas se han perdido. En las nubes al nivel del suelo, las notas juegan y nos toman por la espalda: entran por la boca y crean agujeros en el pecho, por donde irradian colores que no son ni amarillos ni rojos. El bosque no permite herejes, el bosque no permite más cámaras que los ojos de sus búhos. Los meses empiezan a delinear sus nombres en las ramas, jugando a las escondidas con los números y las fracciones. Las fracciones de nuestra mente dividida, las fracciones de nuestro pensamientos desintegrados. A lo lejos, escuchas ciertas palabras sombrías, pero no tiene sentido escucharlas. ¿A quién le importa lo que me quiera decir Dios? Mis blasfemias le duelen, se retuerce en el suelo y en su agonía susurra sus secretos. Así, nos quebramos, morimos y volvemos a renacer a las pocas horas. Es cuando el mundo empieza a girar, cuando la temperatura empieza a danzar, cuando los animales empiezan a correr. Los venados y los conejos huyen de nosotros, mientras llevamos a cabo nuestros rituales en las enormes raíces de un árbol anciano. Ancianos como nuestros pensamientos y palabras, no como nuestras rodillas moradas y sangrantes. Somos el grito que despierta a las abuelas, a las mujeres siempre solteras. El grito que ahuyenta el sonido de los violines, el salto al abismo y al vacío sulfuroso. Somos el dormir desnudo, tú nadie, yo nadie. Seamos un infinito nadie, una cura para el dolor de cabeza, una cura para la muerte temprana. Una brisa insensible, un espacio rebelde. Que seamos el mayor miedo del mar y sus hijos, porque tendemos a siempre hundirnos en los infiernos. Infiernos azules y verdes. El infierno debe ser azul o verde.

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