miércoles

 

Gritan escandalizadas las voces que nacen de la tierra, esperan desesperadas que les devuelvan lo que les pertenece, intentando arrancar con sus manos los movimientos escondidos en los baúles de los recuerdos ansiados. Esperan, atacando con sus garras, encontrar un guiño sutil, una sonrisa entre las lineas, un poco de pan para sobrevivir el resto del día. Sobreviviendo con migajas cuando los miserables devoran el resto, dejando marcas de sangre donde muerden, dejando un rastro de lágrimas siempre por donde caminan. Se vanaglorian de sus dulces sospechas, de sus gritos y de lo que no les puede pertenecer. Yo no quiero ser ama ni esclava, no deseo, sinceramente, amarrarte como a un perro a su cadena perpetua. El aire se niega a ser atrapado entre las manos, lucharemos contra él hasta darnos cuenta de lo inútiles que resultan nuestros esfuerzos. ¿Lloraremos nuevamente en ese momento?
Los números danzan locos de histeria, intentan disfrazar las incalculables situaciones en que estos puñales rompen el pecho justo en el medio de este. Cantaremos y escribiremos las palabras más sucias y manoseadas, pero podía no importar: lo vivimos de una manera tan abismalmente diferente, que confundiremos sus imágenes con nuestros rezos a la nada. Dejemos el bien, besemos lo oscuro: entremos de lleno a lo que se esconde en nosotros, debajo de una alfombra púrpura. Abandonemos esa mentira que nos carcome, dejemos que el suelo describa sus movimientos de infinito una vez más, cerca del cielo, más aún de la tierra. 
La parte triste empieza cuando deja de doler, cuando los terrores nocturnos no dejan secuelas, cuando todo empieza a volverse mármol frío. Es como una escalera de caracol adentrándose en el estómago, describiendo esa espiral perfecta, intentado llegar al centro para romper los barrotes y dejar salir las lágrimas. Las escucho tan lejanas, me paralizan el dormir. Desespero cuando veo la falta de nubes en el cielo, cuando siento que las horas no desean desarrollarse, cuando sé que esto me dará vida y simplemente terminará de sepultarme, una vez más.
En blanco y negro, vamos a reverenciar los ladridos de los perros, entre una calle y otra, esperando el amanecer para que no nos aplasten las estrellas. Después, si quieres, podemos escondernos en una cabaña blanca entre los árboles. O correr hasta que los pies nos maten. Porque poseer no me significa mucho, espero que estés, incluso lejano y mudo, enviándome señales difusas, sutiles y que brillen a la luz de la luna. Late, late, late, no desea cesar, nunca quiere ralentizar su pulso, y mientras crece, las probabilidades que puedas arrancarlo de su espacio oscuro aumentan y gritan. Piden perdón, lloran cuando escuchan la voz de un padre, cuando sienten lejanas las olas estáticas. Pausa. El mundo detenido para todos, y todos, esperando que vuelva a avanzar sin pensar en su muerte. Así se mueve un océano. De esta manera, corremos.
Hagamos una fogata que dure hasta la medianoche, invitémonos a ser las chispas que saltan de ella. Pero, rasguñemos sin piedad lo que alcanzamos a mirar, antes que se nos escapen de los ojos las paredes blancas. Esto no quiere desaparecer, en las aguas turbias me siento cómoda. 

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