miércoles

Fábrica estéril

Buscar en las imágenes que proyecto yo misma sobre un enorme telón, convertirlas en personas y que sigan caminando por su propio rumbo. Que elijan los caminos más errados, que el movimiento que los desata no logre nunca detenerse. Podría decir todo esto, sin pensar en el patetismo que inspiraría. Porque las cosas no pueden imprimirse en el pecho de un aturdido, no puedo ya, esperar la búsqueda sin frutos de la raíz del vértigo que siento al enfrentarme a un paraíso plagado de rascacielos. Tampoco puedo esperar que todos griten al ser testigos insípidos de la lucha que nunca se resuelve. Porque los sentidos sólo me besan si estoy dormida, esperando que vengan a atormentarme, a despertarme si lo preciso. Es importante recordar que todo lo que hago es intentar hacer crecer unas pocas rosas en un terreno infértil y desolado. Que voy a terminar durmiendo en ese suelo. Que terminaré sin poder dormir jamás. Pero decido golpearlos con el sabor de una ventana con cortinas limpias, rompiéndose de a poco, cayendo en el desuso. Serán, pocos y nunca, la cortina cayendo, el teatro vacío durante el estreno y única función de toda obra. Entiendo ahora, los riesgos como parásitos de bailar en esta cuerda floja. En todo caso, no es tan miserable, escribirán algunos. No es tan miserable cuando se ha desatado el hilo de un espiral que aún tiene vueltas para andar, cuando se abraza y se acoge cada escupitajo en nuestros cabellos como un hijo. Un hijo malogrado y algo deforme, el fracaso en carne viva, burlándose de frente a mi de mi interesante sino. Decidí, finalmente, reír con él. Hasta que no me quede aire. Hasta que no me quede movimiento. Hasta que se agote el pánico y el nerviosismo, y mis uñas empiecen a crecer de nuevo, desde sus raíces. Frágiles, por siempre, o hasta que muera por una cuarta o quinta vez.

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