domingo

No es necesario, a estas alturas, que me empujes al abismo. Yo misma puedo dar ese paso sin pensarlo dos veces, porque mis palabras se convierten en hojas afiladas de afeitar, y en cualquier segundo se vuelven en mi contra. Pero cuando vuelen entre el humo, romperán los huesos débiles y descalcificados. Y yo, que no las entiendo, soy esclava de sus movimientos, esclava de los sonidos que se entierran a lo lejos. Pero descuida, siempre seré el cáncer que se va apoderando de algún cuerpo, la piel gastada dejada detrás. A pesar de ello, puedo avanzar lentamente hacia mi ruina, arrastrando a todos los que intentan seguirme. Aplauden, escuchan, mientras dibujo con insultos los epitafios que harán de grabar algún día. Y abro de a poco eso que hace pesado el aire. Suena como un cascabel. Se pierde en un enorme espiral que termina en el fondo de todo esto. Se esconde, se asusta. Pero habla más fuerte que nunca. Estamos perdiendo. Pero, después de todo, ¿quién necesita la calma?

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