jueves


Hoy (o ayer, no puedo estar completamente segura) me di cuenta de que el tiempo ya no pasaba. Fue difícil entenderlo, con sus signos confusos y sus formas infinitas. Pero, de un momento a otro, pude ver entre esa niebla espesa, un otro que podía arrastrar la risa entre una cara llena de lágrimas. Callaba y pude ver que sus huesos no se quebraban, que su piel no se arrugaba, que su columna no sucumbía ante su peso. Cuando todos lo sepan, bueno, es difícil predecir lo que sucederá. A pesar de eso, lo imagino: todos sentados en las veredas, bebiendo, esperando a que ese tiempo que debería apurarse cada día más, vuelva a aparecer. Que aparezca en una esquina cualquiera, en la sombra de alguna puta, o bajo alguna alfombra, cerca del polvo. Hoy, o ayer, vi que ya nada tenía la posibilidad de suceder, que las verdades y las mentiras ya no formaban ningún camino hacia el cielo o el infierno. Si el infierno existe, entre los segundos de cielo, está escondido bajo mis uñas. Será preciso arrancarlas de raíz y ver como mis dedos desnudos se crispan intentando olvidar cada terminación nerviosa. Al mismo tiempo, en cada casa y departamento, la gente se sentará, buscando bajo sus uñas eso que no aparece. No podría especificar, eso está claro, cuál fue el motivo de una perra para desaparecer, así como así. Podría empezar a enumerar errores, nombres, poderes, sistemas, poemas. En especial miles de poemas. Pero, ¿qué lograría con aquello? Sólo condenar a enfermos terminales, colgar infantes inocentes, beber la sangre de los autistas. De esta manera, conseguiría sonreír por dentro, pero también morir aplastada.
Hoy, lo puedo ver. Tiempo de mierda. El problema ahora es abrazarlo hasta que ninguno de los dos pueda respirar.

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