martes

Un brindis por una tormenta.



Matemos coincidencias con las manos y los pies, aplastemos creencias con el peso de nuestros cuerpos.
Dejemos que los pájaros nos coman los ojos, que con las hormigas limpien nuestros cráneos.
Pero, nunca dejemos que se marchiten las hojas de los sauces, nunca saquemos las raíces del agua.
El agua turbia o sucia, resbalando por nuestras espaldas marcadas, es la señal de las marcas.
Las marcas que ven debajo de la piel y sobre los huesos, las marcas que reconocemos en las miradas indiferentes.
Somos, si es que llegamos a ser algo, los fantasmas sin palabras, siempre rondando lo inefable por el gusto que provoca.
Que se alce gris la ciudad con sus asesinos, que se hundan en la tierra los cuerpos que sus víctimas.
Dejemos que se botellas se hundan los poetas, si encontramos en sus sillas dulces enredaderas.
Enredaderas que escalarán por los sueños tan cansados, por los deseos que arden bajo la túnica de la piel.
Que nada sienta tener sentido, aniquilemos los momentos y los segundos, las plazas y los lugares.
Atemporales y siempre vagabundos del espacio, un intento de escapar de los asquerosos destinos.
Que el suelo no hiera nuestros pies, que solo nuestras alas puedan romper nuestra carne al arrancarlas.
Comamos del desequilibrio del universo, caigamos hacia los lados del mundo como el agua.
Emprendamos un viaje hacia los dragones más allá de la caída del horizonte, seamos la falta de aire.
El metal frío es suficiente razón para dejar que el viento juegue con el borde de la falda.
Las plumas que brotan de mi cabeza son suficiente motivo para dejar que mis piernas escapen del cuerpo.
No seamos felices ni hipócritas, seamos reales y sucios, hermosos tristes, grises casi personas.
Hagamos un brindis por lo mediocre y maligno, por lo que viene y por lo que nunca fue.
Brindemos por un baile desatado, unas luces desenfocadas y la subida a los infiernos a unos cuantos pasos.
Por la fiesta que quemaremos por la luna, el incendio de nuestros hogares danzará y dibujaremos con su humo.
El corazón entre las manos, sangrando como si no tuviese prisa, habla de segundas sonrisas y primeras intenciones.
Sonrisas que quiere ser tristes y bellas, que sea claro y oscuro siempre. Que los gritos vuelen, que nos empujemos de la cuerda floja y caigamos entre los edificios, riendo.
Reiremos por siempre, reír porque el cielo algunos días, no llueve ni quiere ver llover.

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