miércoles

Y desde el centro de la Tierra, escucho gritos. O aullidos, da lo mismo. Por las grietas empiezan a escalar, deteniéndose para beber agua, pero siempre terminan por llegar a la superficie. Y llegan a mi cama. A mi habitación y mi cama, que empieza a moverse. Se convierte en un barco, el más triste que alguien podría ver. Y las velas son mis manos moviéndose histéricas. Ni el sabor ácido del agua que me rodea parece extraño. Que el suelo desaparezca es cosa de todos los días. Que yo misma empiece a ver como, desde la punta de mis dedos, me camufle con el diseño de la alfombra, parece normal. Porque cada segundo que pasa entre que despierto y abro los ojos, podría ser una vida entera, perezosa, estirándose intentando nunca moverse. Instalándose como un parásito entre mis vértebras.
Podría predecir vagamente, si supiera como todo esto ha empezado. Pero encuentro allí la muralla que separa el principio y el fin, ya no puedo recordar bien cuando empecé a caminar torpemente. Cabe siempre la posibilidad de que siempre haya caminado de esta manera. Pero no tengo manera alguna de saberlo. Sólo puedo ver las islas moradas en mis piernas. Sólo puedo ver como se separan en mi boca los sabores amargos, para volver a aparecer en ella tras un par de horas. Sólo puedo ver al otro eterno, invadiendo las entrañas que no le pertenecen, como si buscase en la descripción de alguna fantasía el hilo y la aguja que coserían todas aquellas heridas abiertas. Yo también lo busco. Por eso me escondo. Por eso escondo mi nombre.
Ya no se trata de temor o de valentía. Todos nos hemos convertido en cobardes, pero eso no tiene ninguna importancia ahora. Hablo como si aún existiese algo que la tuviese. Como si pudiese encontrar alguna dignidad olvidada, papel para limpiar mi boca, bailes desequilibrados, una máquina de escribir que funcionara. Algo, entre la multitud, que funcionara, como una especie de reloj que no se atrase. Entre sus risas, algo que pudiese guardar en un frasco. Pero todos se han olvidado de nosotros, todos se han olvidado de todos. Y corremos sin conocer la dirección, creyendo saber cómo se desplegará la ruta con el tiempo.
Yo no llevo maletas.
Nadie lleva maletas.
¿A quién podría asaltar?

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