domingo


Lo vi hoy, no a los ojos, menos a la cara
pero lo ví, entre la poca fruta que quedaba
esa que estaba en el suelo y nadie
iba a comer ya, ni siquiera los gusanos.
Me gustaría decir que me dijo algo, con palabras
que salían de debajo de un puente mal hecho,
un puente que se podría caer y a nadie
le importaría, pero mentiría.
Pero mentiría, lo cual ya no importa tanto,
menos que un secreto consumado, que baile
frente al fuego por las noches y las mañanas.
Que en vez de acurrucarme y limpiarme las heridas,
las dibuje y las abra en cada momento que le sea
posible.

(El universo se da vuelta
y se mira a sí mismo a través
de las figuras decadentes de un caleidoscopio.)

Entonces, no dijo nada, sólo se mostró sin luz,
se mostró a si mismo en su reflejo, se mostró
sin miedo a espantarse frente a la imagen.
Pero, podía leer ente las lineas, leer entre los
insectos y los laberintos vistos de reojo.
Podía leer:

"Algo es. Un algo sin dirección ni nombre en algún
registro, algo que puede ser un agujero,
la ausencia de otra cosa, o en el peor de los casos
una caja con un espejo dentro, o vidrio quebrado."

(Luego de algo así, no serviría que me matasen a golpes,
con piedras, con algún tipo de arma de fuego,
o arma blanca, o arma sin ganas.
No serviría que alguien entrase por la ventana,
o por alguna puerta que nunca pude cerrar.
Poco serviría, nuevamente, un ladrillo en la nuca,
el cañón de un revólver en la boca,
un cigarro en los ojos.
Ninguna sonrisa.)

Lo leí, y nada quería comenzar o terminar.
Ni la meta se asemeja a su descripción.
Las carreras se alejan del reflejo.
No son ni el reflejo, ni la fotografía en la que
se convierte de vez en cuando el final.
Pero el reflejo existe, en un paisaje que no cambia,
y se burla un poco de la suerte.
Se burla de los paisajes que se mueven sin fuerza,
los paisajes que son fotografiados cuando fallecen.

Dentro de un paisaje que poco existe,
se revela, retorciéndose, un miedo sin fundamentos.
Un miedo aguja y medicina, un portero
que nunca ha abierto su puerta, otro portero
que nunca ha logrado cerrarla,
y que sabe vagamente que el infinito
duerme dentro de ella, sin calma.
Luego la fuga, poco después la desaparición.
Y el marco de la puerta en llamas, nuevamente.
Nuevamente, las lineas paralelas condenadas
a nunca tocarse de cerca: seguras y lejanas.

Todo se acerca al fin, dejando ver entre
una pestaña y el gusano que se pasea sobre ella
las últimas imágenes:
una cabaña que se incendia, cicatrices de una mordedura,
los pies de un fantasma, entre otras que se repiten
hasta que la fruta, la mentira y las heridas
dejen de exhibirse como todo aquello
que descansa debajo de un puente mal hecho.

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