miércoles

Al lado del camino sólo se ven montañas de basura
como lo único que nos queda por crear
como el camino recto hacia la sonrisa de espinas.
Arriba sólo una pared opaca
como el único paisaje que nos queda
una niebla que no se puede ver a si misma
frente a un espejo.
Entre las filas para comprar boletos de lotería
y campos vacíos, con árboles vacios
no se puede llegar a conclusiones que revelen
el patrón que se persigue en la búsqueda
que llevamos a cabo en esta casa en ruinas.
Ni el sonido que crea, ni el sol débil,
mucho menos las puertas enormes y cerradas.
Se esconde, entonces, entre los párpados
un ciervo asustado, corriendo, huyendo entre
los matorrales que se crean en los suburbios,
entre el vagabundo y su gato ciego,
entre todos los ciegos que bailan y asustan.
Extensiones numeradas, sufriendo de sus
celebraciones hipócritas suspendidas en el aire
por las campanadas fantasmas, los gritos que callan
porque no quieren decir nada.
La infección toma la forma de un círculo,
la cola en la boca, el regreso que nunca es el mismo,
un cualquiera buscando entre las ruinas
algún objeto que siga siendo el mismo.
Por eso es que se alzan los retratos de enfermos,
alejándose a casi trescientos kilómetros por hora,
enfermos de miedo y falsamente vulnerables,
pechos quebrados y poco humanos,
el espectáculo terminando mientras los actores
siguen sin poder moverse.
Mientras el vagabundo y su gato ciego,
se piensan, se encuentran,
estáticos.

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