sábado


No había una idea que quisiese darle forma a estas manos,
no falta nada, podría decir con atrevimiento que algo sobra.
Esa peste no se puede arrancar de raíz como un mechón de cabello,
hay quien dice que es posible morderlo hasta que se desangre,
nadie puede encontrar un dibujo que pueda darle relieve
a cada una de las explosiones que se van hilando
en el espacio vacío entre cuello y cabeza.

No era necesario que existiese una idea que le diese forma
al movimiento o el recorrido, iba a seguir su curso
aunque lo detuviese con todos los puentes de todos los acantilados
o con un matamoscas, o con la cera de una vela que no
se endurece.

Se desvanece, creando en otro lugar, en otro piso del infierno
una imagen que se refleja asustando a sus hijos, sus putos hijos
que comen llorando de la leche que les es regalada.
Se refleja asustándose a si misma, sin pretender ahondar
en las marcas del arado sobre los huesos, pero finalmente
cantando el reverso de un piano estrellándose.

Así, la imagen, dicen, no es más que una rata que escapa
o un cobarde que baila en las esquinas, o las marcas
de las cuerdas que amarraban su cuello al cielo.

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